¿Qué pasaría si los Nueve Días fueran una época emocionante del año? No me refiero a una época de fiestas y de celebración, sino más bien a una época significativa de la cual nos sintamos agradecidos por haberla vivido.
Si embargo, muchos se sorprenderán al saber que, no sólo existe esta oportunidad, sino que esa fue ciertamente la intención de nuestros Sabios cuando establecieron las leyes y costumbres de este período. En el verdadero judaísmo nunca se trata de prácticas culturales o históricas, y ciertamente no se trata de imponernos restricciones arcaicas, difíciles y sin sentido. Lo mismo ocurre con esta época y en nuestro mundo tan acelerado y tan hiperactivo, nos corresponde ir más despacio y descubrir las partes esenciales de la vida a las que sólo se puede acceder a través de las lecciones de estos días más sombríos.
Cada persona tiene su casa o base donde la gente le conoce y experimenta. Por ejemplo, el jefe tiene su despacho y el rabino, su estudio. Sin limitarse a lugares específicos, no sería posible crear las relaciones que desean. Del mismo modo, marido y mujer conviven en su casa o apartamento; este es un entorno en el que llegan a conocerse de la manera más íntima.
¿Qué pasaría si los Nueve Días fueran una época emocionante del año? No me refiero a una época de fiestas y de celebración, sino más bien a una época significativa de la cual nos sintamos agradecidos por haberla vivido.
El Beit HaMikdash (Templo Sagrado) significa literalmente “la casa santificada”. Era una casa para Dios, el único lugar en la tierra donde la Presencia de Dios se posaba entre nosotros y creaba el ambiente óptimo para el desarrollo y la experiencia espiritual en la Tierra.
Pero demos un paso atrás. La idea de que Dios, el Ser Infinito y más Asombroso, constriña Su Presencia y vista Su Majestad en una casa terrenal resulta difícil de entender. ¡Él es tan increíblemente grande! ¿Por qué iba a limitar, por así decirlo, Su Presencia, reduciéndola a este único lugar?
Como ha demostrado una vez más este ciclo electoral, los políticos no pueden ser elegidos sin convencer (y a veces rogar) a la gente para que los vote. Del mismo modo, el rey no puede existir sin un pueblo. En un increíble despliegue de humildad, Dios quiso otorgarnos Su realeza. Para esto hace falta nuestro reconocimiento y lealtad hacia Él. Sin embargo, por Su increíble amor por nosotros, Él deseó hacer esto y por lo tanto constriñó Su Presencia vistiendo Su majestad en el Beit HaMikdash, para que podamos conocerlo y convertirnos en Su Pueblo más cercano.
Desafortunadamente, con el paso del tiempo, perdimos nuestro sentido de valoración por aquella oportunidad única. Esto se puede ver en las fechorías que detallan nuestros Profetas y Sabios, una de las cuales fue que no hicimos las bendiciones sobre la Torá antes de dedicarnos a su estudio. No es que no hayamos estudiado la Torá, sino que no hemos hecho primero las bendiciones sobre ella. La pregunta es: ¿qué tiene esto de malo para haber sido la causa del exilio?
Reb Noson explica que en la bendición decimos: “Quien nos ha elegido de entre las naciones”. Puede que hayamos estudiado, pero la esencia de la Torá es su naturaleza especial que nos permite forjar una relación con Dios. Si no reconociéramos esta relación, dejaríamos de ser merecedores de ella. Debido a nuestra falta de aprecio, Dios dejó de ocultar y constreñir Su majestuosidad a este único lugar, por lo que ya no pudo soportar Su grandeza y fue posteriormente destruido.
Al reflexionar sobre nuestra enorme pérdida durante estos días, deberíamos sentir un renovado sentido de esperanza. Dios no ha cambiado de opinión; si así lo hubiera deseado, habríamos sido destruidos por completo, en lugar de exiliados. Su mayor deseo es volver a hacer posar Su presencia entre nosotros. Nuestros exilios espirituales, ya sean nacionales o personales, nos recuerdan que, si nos humillamos y disminuimos nuestro ego, Dios nos corresponderá inmediatamente, disminuyendo Su Presencia una vez más en el Beit HaMikdash y en nuestras vidas personales.
Ahora es momento de hacer introspección. Podemos contemplar nuestras vidas y humillarnos ante Dios admitiendo nuestras diversas deficiencias, ya sea en el estudio de la Torá o la plegaria, o en nuestras relaciones con nuestros seres queridos y amigos. Es cierto, puede que no cambiemos inmediatamente, pero al dar ese primer gran paso y evaluarnos honestamente, disminuimos nuestro ego y hacemos espacio para Dios dentro de nuestro corazón y nuestra vida.
Empecemos a reconstruir.
Basado en Likutey Moharan I, 219