La más grande revelación
¿Alguna vez te dijiste: “¡Qué tonto que soy!” “¡Qué tonta que soy!” “¡Cómo voy a desperdiciar semejante oportunidad!”. Esas emociones negativas se nos plantan en el cerebro y nos fastidian constantemente, especialmente en esta época del año.
No hace mucho terminó la festividad de Pesaj cuando descubrimos una vez más que somos un pueblo piadoso. Nos hemos dado cuenta de que en realidad no estamos esclavizados a nuestras lujurias y carencias, y que podemos alcanzar la verdadera libertad de todo aquello que nos agobia. Dios nos dio un período de 49 días durante el cual, contando cada día y aprovechando su especial potencial espiritual, recibimos la necesaria “corrección del alma”. Subimos un nivel cada día, pasando del nivel 49 de impureza al nivel 49 de santidad y más allá.
Puede que te preguntes si este proceso es sólo un cuento de hadas; al fin y al cabo, nunca te has sentido salir, ni física ni espiritualmente, de la servidumbre de Egipto ni avanzar hacia los elevados niveles espirituales alcanzados en el Sinaí. Debido a la naturaleza física de nuestra identidad, nos resulta extremadamente difícil percibir los niveles que alcanzamos en el alma. La mayor parte de lo que alcanzamos llega a través de tener fe en los procesos prescritos por nuestros grandes sabios. Sólo después de que nos hemos ido de este mundo físico, realmente experimentamos y apreciamos realmente cuánto vale cada acción o buen pensamiento. Sin embargo, a veces, sí somos muy sensibles a nuestro crecimiento y podemos identificar los pequeños cambios positivos, vislumbrando los cambios reales que tienen lugar en el alma de cada uno de nosotros.
Pero ¿qué pasa si me equivoco? ¿Qué pasa si no aproveché Pesaj, la cuenta del Omer o cualquier otra oportunidad para conectarme con Dios?
Esta semana celebramos Pesaj Sheini, el segundo Pesaj, quizá la fiesta más singular del calendario judío. Para la mayoría de la gente, sólo significa comer más matzá en un día normal de la semana. Pero para los que buscamos una segunda oportunidad, es una revelación.
La Torá cuenta que cuando llegó el momento de llevar la primera ofrenda de Pesaj en el desierto, algunos judíos no pudieron participar porque sus “almas estaban impuras” (Números 9:6). Si interpretamos esto en forma literal, quiere decir que estas personas habían entrado en contacto con un cadáver. Pero estos judíos no se conformaban con quedar exentos y por eso se quejaron a Moisés: “¿Por qué hemos de quedar afuera?” (ibíd. 9:7). Moisés Le transmitió su petición a Dios y, sorprendentemente, Dios accedió. En ese momento, se añadió una nueva mitzvá a la Torá. A partir de entonces, “cualquier hombre cuya alma sea impura o que esté en un camino lejano” (ibíd. 9:10) podía traer la ofrenda en el Segundo Pesaj.
¡Esto demuestra que no existe la desesperación! Como enseñó Rebe Najman, si crees que puedes dañar, cree también que puedes arreglar. Incluso si alguien se perdió Pesaj porque estaba hundido en la impureza o la imperfección, ¡ahora puede comer matzá en un día normal! Uno nunca debe sentir que está demasiado alejado; sus sentimientos negativos sólo deben impulsarlo a clamar ante Dios: “¿Dónde estás? No quiero quedarme afuera”.
Además, el descenso se convierte en realidad en el medio para revelar la presencia de Dios. Al encontrar a Dios incluso cuando sentimos una total desconexión espiritual, ¡estamos revelando que Dios está ahí mismo junto a nosotros! Esta revelación es una nueva visión de la Torá del más alto calibre.
Esta semana marca también la festividad de Lag BaOmer, el yahrtzeit de Rabí Shimon Bar Yojai, cuando más de medio millón de personas viajan a su tumba en Meron para rezar y celebrar.
En una ocasión se escuchó a Rabí Shimon Bar Yojai criticar a los gobernantes romanos de Israel. Los romanos decidieron castigarlo con la muerte, así que huyó y vivió en una cueva durante doce años junto con su hijo, Rabí Elazar. Durante este período, los dos no hicieron más que estudiar la Torá día y noche. Finalmente, el César murió y el decreto fue cancelado. Pero después de estar recluidos con la Torá durante tantos años, Rabí Shimon y su hijo vieron el mundo mundano que encontraron al salir de la cueva como algo increíblemente vano.
Al encontrar a Dios incluso cuando sentimos una total desconexión espiritual, ¡estamos revelando que Dios está ahí mismo junto a nosotros! Esta revelación es una nueva visión de la Torá del más alto calibre.
Cuando vieron a los hombres trabajando la tierra, se preguntaron: “¿Están locos? ¿Están cambiando la Torá, que es eterna, por algo de importancia efímera?’”. La ira les brotó de los ojos y consumió las vanidades de este mundo. Una voz celestial exclamó: “¿Acaso has venido a destruir Mi mundo? ¡Retorna a tu cueva!”. Así, se vieron obligados a pasar doce meses más en la cueva antes de volver a salir.
Ahora bien, al salir cuando el sol se ponía al comienzo del Shabat, vieron a un anciano que corría con dos manojos de hadasim (mirtos). Le preguntaron para qué los necesitaba. Él respondió que quería su fragancia para honrar el Shabat. ¿Por qué dos manojos? se preguntaron. Él explicó que uno era para el mandamiento positivo de Zajor (recordar el Shabat) y el otro para el mandamiento negativo de Shamor (guardar el Shabat). Las simples acciones del anciano les enseñaron a Rabí Shimon y a su hijo la esencia de la persona judía y su eterno amor y conexión con Dios y la Torá.
La historia de Rabí Shimon alude a su gran misión. Aunque fue capaz de sondear las profundidades de la Torá y sus secretos, también aprendió a no juzgar el mundo negativamente desde su elevado nivel. Su misión era revelar que las enseñanzas más ocultas y elevadas de la Torá demuestran que la persona judía siempre está conectada con Dios, independientemente de quién sea y de lo que haya hecho.
Rabí Akiva también dominaba los secretos de la Torá, hasta el punto de que incluso Moisés no lograba entender por qué la Torá no era entregada por su intermedio (véase Menajot 29b). Pero la Torá de Rabí Akiva permaneció en su estado tan elevado y remoto. Por esta razón, los alumnos de Rabí Akiva no se trataban entre sí con el grado de respeto necesario. Rabí Shimon fue el tikkun para esto. Fue capaz de revelar que la esencia y la fuente de la Torá es la unidad y el vínculo entre Dios y cada judío. Los mayores secretos nos enseñan que siempre podemos conectar y descubrir la Divinidad dentro de cada lugar y cada judío. Esta es la esencia del Zohar y la vida de Rabí Shimon.
Y esta es la razón por la que los judíos viajan desde todo el mundo para estar junto a Rabí Shimon en su yahrtzeit, Lag BaOmer. En su yahrtzeit, el tzadik asciende a un lugar aún más elevado en el Cielo – y, como enseña Rabí Shimon, el tzadik es ahora capaz de revelar más que nunca que Dios está con nosotros siempre, sin importar dónde estemos.
Basado en Likutey Halajhot, Gueviat Jov MeHaYesomim 3