Rebe Najman de Breslov enseñó…
“Incluso cuando no te vengan las palabras, no te desesperes. Vuelve día tras día a tu lugar aislado y espera. El solo hecho de querer hablar con Dios es en sí mismo algo muy grande”.
(La silla vacía*, p. 93)
¿Qué significa esto para mí?
Los sabios enseñaron que los primeros tzadikim dedicaban tres horas a la plegaria: la primera a la preparación silenciosa; la segunda, a la plegaria propiamente dicha; y la última, a la expresión de gratitud. ¿Cuál era la preparación silenciosa que hacían? Uno de los elementos era, sin duda, la acumulación de anhelos y deseos; la espera genera deseos. Cuando esperamos algo, la anticipación aumenta; cuando nos lanzamos a la plegaria sin permitirnos sentir primero un anhelo por Dios, esa plegaria carece de vitalidad. La plegaria es la forma en que nos unimos a Dios, pero el vínculo es tan fuerte como el anhelo que lo anima. Hay un mundo de diferencia entre un abrazo rápido cuando te encuentras con alguien que ves todo el tiempo y el abrazo sincero cuando por fin tienes la oportunidad de abrazar a alguien que amas y que no has visto en mucho tiempo. El hecho de que Dios esté con nosotros todo el tiempo no significa que podamos darlo por sentado. Cada encuentro es lo suficientemente importante como para que lo anhelemos y lo deseemos.
Una plegaria
“Amo del universo,
ayúdame a anhelar y anhelar y sentir
un poderoso deseo por Ti todo el tiempo;
ayúdame a anhelar servirte
y a estudiar Tu Torá
con voluntad.
Porque sólo a través de la activación de mi propia voluntad
y el anhelo por el bien,
seré capaz de realizar todos los maravillosos
actos que tengo en mi potencial para llevar a cabo”.
(Likutei Tefilot I:100)