Incluso tus enemigos

No juzgues a tu prójimo hasta que llegues a su nivel… (Avot 2:5)

Juzgar a los demás en forma favorable se aplica no sólo a los pecadores sino incluso a nuestros enemigos que quieren hacernos daño. En la mayoría de los casos, la enemistad entre dos personas surge de un sentimiento de envidia. O bien yo le tengo envidia a él, porque él tiene más o ha logrado más que yo o bien él me tiene envidia a mí por lo que tengo yo o por lo que he logrado yo. No estamos al mismo nivel en esa área específica en la que existe la envidia. Porque si estuviésemos al mismo nivel, no habría motivos para sentir envidia.

En la mayoría de los casos, la enemistad entre dos personas surge de un sentimiento de envidia. O bien yo le tengo envidia a él, porque él tiene más o ha logrado más que yo o bien él me tiene envidia a mí por lo que tengo yo o por lo que he logrado yo. No estamos al mismo nivel en esa área específica en la que existe la envidia

O bien yo me elevo al nivel que está él o, si él está en un nivel más bajo que yo, tengo que elevarlo a él y transformarlo en alguien que está a mi mismo nivel. ¿Y cómo hago eso? Muy fácil: juzgándolo en forma favorable. Entonces, cuando ya no hay diferencias entre nosotros, no habrá lugar para envidia ni nada por lo que enfrentarnos (Likutey Moharán I 136).

A primera vista, esto podrá parecer un concepto difícil de aceptar. No se puede negar que la envidia es un sentimiento muy pernicioso que puede tener efectos a largo alcance. La envidia es la madre del enfrentamiento. Y, por el contrario, juzgar al otro en forma favorable trae armonía.

Al buscar siempre los puntos buenos en los demás, al juzgarlos como personas justas y al enfocarnos en sus virtudes, podemos eliminar el ciclo de enemistad y enfrentamiento Y si, en vez de empecinarnos en mantener nuestra postura y quedarnos en nuestra zona de confort, le damos al otro el beneficio de la duda, podemos crear una vida mucho mejor y mucho más tranquila, para nosotros mismos y para nuestras familias.

 

Cruzando el Puente Angosto, capítulo 3