Hogar dulce hogar

En la parashá de esta semana leemos acerca de un incidente muy peculiar. La querida esposa de Abraham, Sara, fallece y Abraham busca un lugar específico para enterrarla, Maarat HaMajpelá. Este lugar de enterramiento no era una cueva común y corriente, sino la puerta del Jardín del Edén. El propietario del lugar, Ephron HaJiti, estaba dispuesto a dárselo a Abraham sin más. Pero Abraham insistió en comprar la cueva por una pequeña fortuna. ¿Por qué?

 

Encontramos un episodio similar que involucra al Rey David y el futuro sitio del Santo Templo. Aquí, también, el rey David insistió en comprar la propiedad. Tanto la Maarat HaMajpelá como el Monte del Templo son lugares de elevada santidad especial. Aunque Dios está presente en todas partes, Su Presencia se siente en un grado mucho mayor en estos lugares.

En nuestros propios hogares, rodeados de amigos cercanos o de la familia, sentimos una paz y una claridad interiores. Los problemas de la vida parecen un poco más lejanos. Los buenos momentos nos permiten respirar y pensar en la vida de una manera más profunda y objetiva. Del mismo modo, la Tierra de Israel en su conjunto, y sus lugares sagrados en mayor medida, son lugares en los que podemos sentir una profunda conexión con Dios y observar Su mano tejiendo los distintos acontecimientos de nuestra vida. La Tierra de Israel es nuestro hogar espiritual porque es el lugar en el que confluyen todos los aspectos de la vida, donde podemos experimentar el propósito incluso en lo mundano.

En nuestros propios hogares, rodeados de amigos cercanos o de la familia, sentimos una paz y una claridad interiores. Los problemas de la vida parecen un poco más lejanos. Los buenos momentos nos permiten respirar y pensar en la vida de una manera más profunda y objetiva.

Por esta razón, los lugares sagrados tuvieron que ser comprados específicamente a los lugareños. Los lugareños no apreciaban el poder espiritual de estos lugares. Creían en el orden natural del mundo y no podían diferenciar estos lugares de otros. Por lo tanto, Abraham sintió la necesidad de intercambiar grandes sumas de dinero por la tierra.

El dinero personifica la mentalidad de “vivir por un dólar” (o muchos dólares), acumulando riquezas para vivir la buena vida y olvidando a Dios en el proceso. Cuando tenemos la cabeza puesta solamente en hacer dinero, es fácil que perdamos el rumbo y pensemos que todo en la vida gira en torno a este proceso. En cierto nivel, la búsqueda de la riqueza puede convertirse en algo parecido a la adoración de ídolos, que es lo contrario a la creencia en Dios. Abraham comprendió que sólo podría redimir esta tierra especial negociando con la “moneda” de su propietario.

Afortunadamente, Abraham pudo comprar Maarat HaMajpelá y el rey David pudo comprar el Monte del Templo. Como pueblo, esperamos el momento en que Mashíaj vendrá y el potencial espiritual completo de estos lugares será revelado. Sin embargo, muchos de nosotros no residimos en la Tierra Santa, e incluso los que sí lo hacen no siempre sienten la conexión en nuestro continuo estado de exilio. Del mismo modo, todos experimentamos momentos en la vida en los que las obras de Dios parecen revelarse ante nosotros y otras veces en las que la vida parece mundana o incluso difícil. Sin embargo, si tenemos fe, siempre podemos seguir conectados.

 

Esto es lo que decimos todos los días en el Shema: “Cuando te sientas en tu casa y cuando caminas por la calle”. No importa adónde vayamos, nunca abandonamos nuestro hogar. Con fe, vivimos con el entendimiento de que Dios está siempre con nosotros y que todo lo que vivimos es siempre para nuestro propio bien.

 

 

Likutey Halajot, Piriá VeRiviá 5