Las tres señales

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En tres momentos de la joven vida de Rebe Najman, él Le pidió a su Creador que le mostrara una señal. Aunque pedirle a Dios una señal no suele considerarse algo positivo, hubo tzadikim que lo hicieron tzadikim que lo hicieron y fueron respondidos porque la señal tendría un efecto amplio y poderoso que sería que sería sentido por muchas otras personas. En el caso de Rebe Najman, él esperaba experimentar el potencial sobrenatural de la plegaria para fortalecer su propia fe. La seguridad férrea en el poder de la oración se convirtió en la piedra angular de la enseñanza y el camino de Rebe Najman y nosotros somos los beneficiarios de estas tres señales.

La primera señal se produjo de la siguiente manera: El joven Rebe Najman acostumbraba a realizar hitbodedut (plegaria personal en aislamiento con Dios) en un claro del bosque. En el camino tenía que pasar por una iglesia, fuera de la cual había un ícono. Pasar por allí todos los días le causaba mucha angustia.

Cuando caminaba en un estado de apego (devekut) a su Creador, el ícono se alzaba ante él como una trampa. Le rogaba a Dios que hiciera un milagro y eliminara el obstáculo. Poco después, se desató una tormenta y el viento derribó la pesada estatua y la destruyó.

La segunda señal se produjo cuando Rebe Najman estaba dando uno de sus paseos por la orilla del río, buscando privacidad para rezar. “¡Amo del universo!”, exclamó. “Sé que Tú puedes hacer cualquier cosa. Por favor, muéstrame Tu grandeza – envíame los peces hasta donde yo estoy, sin que yo los atrape en una red”. En unos momentos, lo que parecía ser todos los peces del río se arremolinaban a lo largo de la orilla donde él estaba parado, como ofreciéndose para ser atrapados a mano.

La tercera señal fue mucho más grande. Poco después de su matrimonio, Rebe Najman se encerró en su habitación en la casa de su familia política y Le rogó a Dios que le mostrara el alma de un hombre muerto. Una forma amortajada apareció ante él. Inmovilizado de terror, el Rebe dio un grito terrible. La familia intentó entrar en la habitación pero no pudo. Sólo después de que que entraron por la ventana y lo rodearon, él volvió en sí.

Años después, Rebe Najman contaría: “No estaba aterrorizado porque el hombre estuviera muerto. Era porque había sido malvado”.

Basado en Or HaOrot I, pp. 107-109