¿Triste en Purim?

¿Triste en Purim?

Reb Meir Tepliker, que fue un discípulo cercano de Reb Noson, tenía un alumno que vivía en un pueblito alejado. Cada año, los bresloveros de la zona circundante se reunían en Teplik en la casa de Reb Meir para celebrar Purim. Reb Meir preparaba una comida festiva que empezaba cerca del mediodía. Bajaba las persianas y llenaba la habitación de velas para que la luz cálida aumentara la alegría de la ocasión. Una vez, en Purim, cuando todos estaban bailando, Reb Meir se dio cuenta de que su alumno estaba parado a un costado, muy triste.

Cada año, los bresloveros de la zona circundante se reunían en Teplik en la casa de Reb Meir para celebrar Purim. Reb Meir preparaba una comida festiva que empezaba cerca del mediodía.

“¿Qué te pasa?”, le preguntó.

“¿Cómo puedo estar alegre cuando mis hijas, especialmente Tzivia, la mayor, siguen solteras y no tengo ni siquiera los medios para pagar la dote?”, respondió el hombre.

Reb Meir exclamó: “¿Acaso no encontraste mejor estrategia para mejorar tu situación que deprimirte precisamente en Purim?”. Y entonces le dio un abrazo y le dijo: “Si estás tan triste, entonces lo que tienes que hacer es llorarle a Hashem una y otra vez y decirle: ‘¡El dolor de mi corazón es tan grande que ya no puedo más! ¡Tú eres el Único que puede salvarme!’”.

Reb Meir arrastró a su alumno al círculo de bailes junto con los demás participantes, la mayoría de ellos borrachos, y el alumno gritó a viva voz: “¡El dolor de mi corazón es tan grande que ya no puedo más! ¡Tú eres el Único que puede salvarme!”.

Reb Meir insistió: “Si la situación está tan mal, hay que llorarle a Hashem una y otra vez!”. Y así siguieron bailando, con el alumno llorando y rezando y Reb Meir alentándolo a seguir así, durante un buen rato.

Varios días después, otro breslovero llegó al pueblito a quedarse unos días y, naturalmente, se hospedó en la casa de su amigo. En Shabat, se dio cuenta de que Tzivia, la hija mayor de su amigo, era una muchacha especialmente recatada y de muy noble carácter, y le causó tan buena impresión que lo último que le interesaba era el tema de la dote. “¿Sabes? Yo tengo un hijo de más o menos la misma edad que tu hija. Tal vez podamos hacer un shiduj entre los dos?”.

Tras recibir la aprobación de Reb Meir, eso fue exactamente lo que sucedió. Todos supieron entonces que al superar la tristeza y recobrar la alegría en Purim, y poniendo toda su fuerza en la plegaria, el alumno del Reb Meir había posibilitado su propia salvación.

 

Basado en Síaj Sarfei Kodesh VI, 59