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Puro deseo

Autor: Yossi Katz
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Nuestros bienes más grandes son la fuerza de voluntad y el anhelo de santidad

El Rebe Najman contó este cuento:

Una vez, un rey envió a tres de sus siervos a transmitirle un mensaje secreto a otro rey que vivía en un país lejano. Pero había un problema: en el camino, los sirvientes tenían que pasar por países con los que su rey estaba en guerra.

El primer mensajero fue lo suficientemente astuto como para ocultar completamente el propósito de su viaje. Este mensajero atravesó el país hostil sin que sus habitantes se dieran cuenta de que él llevaba consigo un mensaje secreto.

El segundo mensajero también pasó por el país hostil, pero fue descubierto. Los ciudadanos de aquel país se dieron cuenta de que él llevaba un mensaje secreto y trataron de forzarlo a que lo divulgara, pero el mensajero, gracias a su sabiduría y su capacidad de resistencia, logró escapar sin revelarles el mensaje.

El tercer mensajero también fue descubierto. Al darse cuenta de que él también era portador de un mensaje secreto, lo encarcelaron y lo sometieron a toda clase de crueles torturas. Sin embargo, a pesar de su agonía, el mensajero se negó a revelar el mensaje. El valiente mensajero pasó por esta prueba tan difícil sin renunciar a su objetivo. Al ver que todas las torturas eran inútiles, los habitantes de aquel país pensaron que se habían equivocado y que, en realidad, este mensajero no era portador de ningún secreto nacional y por eso lo dejaron libre y él atravesó su país y finalmente llegó al rey al que había sido enviado y le transmitió el mensaje.

Cuando los tres volvieron a su país, los ciudadanos no se ponían de acuerdo respecto a cuál de los tres se merecía la más grande recompensa. Algunos dijeron que el primero era el más meritorio, pues había actuado con astucia y había logrado ocultar el secreto por completo. Otros le conferían mayor crédito al segundo, puesto que él, aun habiendo sido descubierto, había logrado escapar. Sin embargo, el rey dijo que el tercer mensajero era el que se merecía la más grande recompensa de todos, porque él, a pesar de haber caído en las redes del enemigo, tuvo que soportar las torturas y los tormentos más crueles. Si hubiese revelado aunque fuera una parte del secreto, también se habría merecido los más grandes honores. Pero no reveló absolutamente nada, o sea que pasó el desafío con los más grandes honores y, por lo tanto, se merecía la recompensa más grande.

El valiente mensajero pasó por esta prueba tan difícil sin renunciar a su objetivo.

El mismo Rebe no reveló quién era el tercer mensajero. Tal vez, la respuesta a este enigma esté contenida en la Torá.

Es sabido que el Rebe Najman siempre alabó sobremanera las virtudes de saber conquistar el deseo y anhelar la espiritualidad y la Divinidad. El Rebe explicó que nuestros bienes más grandes son la fuerza de voluntad y el anhelo de santidad. Esta gran valoración del anhelo hoy tiene más relevancia que nunca. Nuestro pueblo ha estado en un prolongado estado de exilio, aguardando la llegada del Mashíaj y ha estado sometido a los deseos de las naciones del mundo y, de la misma manera, estamos sometidos a un prolongado y difícil exilio espiritual. “Desde el día en que fue destruido el Templo Sagrado, no pasa un día cuya maldición no sea mayor a la del día anterior” (Sotá 49ª).

Estamos acosados por desafíos personales en todos los ámbitos ─salud, sustento, relaciones interpersonales─ y, al mismo tiempo, nos enfrentamos a la difícil prueba del letargo espiritual y la falta de interés en todo lo que tiene que ver con lo Divino. Todo esto nos asfixia y nos paraliza la mente y el corazón. ¿Qué nos queda al final?

Sin embargo, y a pesar de todo, nos queda lo más preciado de todo el universo: el anhelo, la esperanza y el ansia de Dios, que es algo que nunca nadie nos puede quitar.

A veces, ocurre que los padres apartan temporariamente a un hijo desagradecido a fin de despertar el sentimiento de ese hijo por sus padres. De la misma manera, Dios quiere que nos conectemos con nuestras almas y nos demos cuenta del tremendo anhelo que tenemos por Él. Enseña el Talmud (Kidushín 30b): “Si Dios no ayudara a la persona, su mala inclinación la dominaría”. Pero si realmente es Dios el que nos ayuda a tener éxito, entonces ¿qué valor tienen nuestras acciones? Y la respuesta es que lo que Dios más valora es nuestro deseo puro; el resultado final depende de los planes de Dios.

El tercer mensajero es el judío simple. Es posiblemente que haya sido capturado y atormentado. Es posible que no haya sido lo suficientemente astuto como para evadir o incluso salvarse de sus problemas, pero, a pesar de todo, él no se da por vencido ni renuncia a su anhelo puro de cumplir la voluntad del Rey. El Rebe Najman nos revela que él es el más querido y el más preciado. Y si bien por afuera él parece ser el más sucio y ciertamente no se lo ha tratado con respeto, el Rey sabe que es el más valioso de los tres.

“Pero a pesar de todo esto, mientras estén en la tierra de sus enemigos, Yo no los despreciaré ni los rechazaré para aniquilarlos” (Levítico 26:44). El Zohar explica que la palabra hebrea “lekalotam” (aniquilarlos) está escrita sin la letra vav, lo cual es una alusión a la palabra kalá (anhelo). Dice Dios: “Yo jamás los despreciaré ni los rechazaré. ¿Y saben por qué? Porque incluso cuando están cautivos en la tierra de sus enemigos, ustedes continúan anhelando por Mí”.

Que el prolongado anhelo y las esperanzas de todos nosotros sean reunidos y reconocidos por Dios y que todos podamos retornar a nuestra Tierra y a Su servicio, muy pronto. Amén.

 

Basado en Likutey Halajot, Pidión Bejor 5.

 

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