Página principal Fiestas JudiasRosh Hashana La historia de nuestras vidas

La historia de nuestras vidas

Autor: Yossi Katz
image_print

Nos vemos bombardeados por los malos pensamientos, y nos cuestionamos si realmente estamos “yendo hacia alguna parte”

¿Eres feliz en tu vida? ¿Acaso puedes afirmar que siempre tomaste las decisiones correctas y que estás orgulloso de todo lo que hiciste? Si pudieras hacer retroceder el reloj, ¿acaso harías todo lo que hiciste de la misma manera? ¿No desearías que la vida procediera de manera ordenada y que siempre tuvieras éxito en todo?

La preparación para Rosh Hashaná, el gran Día del Juicio, comprende una gran dosis de introspección. (Si todavía no empezaste, ¡ahora es el mejor momento!). Obviamente, al mirar atrás y acordarnos de todo lo que hicimos (bien o mal), muchas de estas preguntas nos pesan en la conciencia. Pero es lo mismo que sucede en el proceso descrito en la parashá de esta semana.

Cuando el Templo Sagrado estaba en pie, los granjeros de Israel hacían un viaje especial cada año a Jerusalén. Llevaban sus bikurim, “primicias” o primeros frutos, que colocaban en un canasto para presentar ante el Kohen. Cada granjero declaraba lo siguiente:

“Un arameo trató de destruir a mi padre. Él descendió a Egipto y permaneció allí, eran pocos en número. Allí se transformó en una nación grande, poderosa y numerosa. Los egipcios nos trataron con crueldad y nos hicieron daño… Dios escuchó nuestra súplica   y vio nuestro dolor, nuestro yugo y nuestra opresión. Él nos sacó de Egipto con mano fuerte y con brazo extendido, con gran reverencia, con señales y con prodigios. Él nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una tierra de la que mana leche y miel…” (Deuteronomio 26:5-9).

Dios sabía que el hombre estaba destinado a transgredir. Y por eso Él creó la teshuvá (arrepentimiento) antes de crear incluso el mundo.

Al hacer esta declaración, el granjero que presentaba sus primicias reflexionaba acerca del increíble lugar al que acababa de llegar. Él vivía en su propio país, la Tierra Santa, y él en persona estaba llevando sus cultivos al Templo Sagrado, que era el sitio de mayor santidad del mundo entero. ¡Qué gran privilegio! Pero también recordaba todos los reveses que había tenido en el camino. Un arameo llamado Labán le había cambiado constantemente a su antepasado Jacob su salario y había tratado de causarle daño. Su gente había sido exiliada en Egipto como esclavos, siendo cruelmente oprimidos y asesinados. Pero, a pesar de todo esto, no sólo que Labán cayó, sino que Jacob logró casarse con las dos hijas de Labán, quienes más tarde darían a luz a la “descendencia perfecta”, las Doce Tribus sagradas. Asimismo, a pesar del exilio egipcio, los judíos fueron redimidos como una gran nación, rica y numerosa.

Esta es también la historia de nuestras vidas. Las estratagemas de Labán y del Faraón son la obra de las fuerzas del mal que buscan destruir nuestra fe y nuestra confianza en el Dios Único y Su plan perfecto. Nos vemos bombardeados por los malos pensamientos, y nos cuestionamos si realmente estamos “yendo hacia algún lado” y si nuestros actos tienen un propósito. Así como Jacob y Moisés triunfaron, nosotros también triunfaremos. Pero primero debemos tener en cuenta que nuestros antepasados no tuvieron una vida fácil. Dios sabía que el hombre estaba destinado a transgredir. Y por eso Él creó la teshuvá (arrepentimiento) antes de crear incluso el mundo. Además, el Midrash explica que la Torá comienza con la palabra Bereshit (“en el comienzo” o “al principio”) debido a que el mundo fue creado con el propósito de reshit (comienzos). Esto está simbolizado en las primicias o primeros frutos (Bereshit Rabá 1:4).

La ofrenda de los primeros frutos nos enseña cómo vivir una vida con un propósito, una vida de nuevos comienzos y renovación. Recordamos que ayer fue un día difícil tal vez, pero igual que ocurre en las historias de la Torá, Dios también nos va a traer la salvación finalmente.

Incluso si alguien transgredió toda la Torá miles de veces, sigue habiendo experiencia. Es nuestra tarea fortalecer nuestra fe y esperar el momento en el que nosotros también tendremos nuestra propia redención. Amén!

Artículos relacionados