“Comerás, te saciarás y bendecirás a Hashem tu Dios por la buena Tierra (es decir, la Tierra Santa) que te ha dado” (Devarim 8:10).
Rav Avira dijo… los ángeles celestiales le preguntaron a Hashem sobre una aparente contradicción que aparece en la Sagrada Torá: “Por un lado, Tú escribiste: ‘Yo soy un Dios que no mostrará favor [en el juicio]’ (Devarim 10:17), pero por otro lado, Tú escribiste: ‘Hashem mostrará favor hacia ti’ (Bamidbar 6:26)”. El Santo Bendito Sea les respondió: “¿Cómo no le voy a mostrar favor al pueblo judío? Porque he escrito en la Torá: ‘Comerás, te saciarás y [entonces] bendecirás a Hashem, tu Dios, y sin embargo, ¡ya Me bendicen incluso después de haber comido una aceituna [aproximadamente 30 gramos] y un huevo [aproximadamente 60 gramos] [lo cual es mucho menos que comer hasta sentirse completamente saciados]!” (Berajot 20b).
Basándose en esta fuente, Rabí Meir estableció la ley de recitar una bendición después de comer sólo el equivalente de una aceituna (es decir, 30 gramos), mientras que Rabí Yehuda estableció la bendición sólo después de comer el equivalente de un huevo (es decir, 60 gramos). La ley judía sigue la opinión de Rabí Meir: el valor de una aceituna.
La comida es lo que mantiene el cuerpo y el alma unidos. Cuando el acto de comer se lleva a cabo de forma adecuada y equilibrada (es decir, sin comer en exceso), esto permite una verdadera existencia y perspectiva en la vida. Así, el valor de una aceituna (30 gramos), aunque no satisfaga en absoluto, es suficiente para dar al alma energía productiva para utilizarla en el cumplimiento de las mitzvot.
Y si, después de consumir una cantidad tan mínima de comida, uno utiliza esta energía para decir palabras de alabanza y gloria a Hashem, entonces se activa la alabanza y la gloria recíprocas que Hashem le otorga a la nación judía. Con esto, Hashem, por así decirlo, pone el Cielo y la Tierra en sus manos para que ellos puedan guiar y dirigir la naturaleza de acuerdo con su propia voluntad – haciendo a que ocurran maravillas y milagros “sobrenaturales”. Esto da lugar a que la gente “vea” la gloria y el esplendor de Hashem ocultos en la Creación, una perspectiva que resulta natural para aquellos que realmente viven en la Tierra Santa – la Tierra de Israel.
La comida es lo que mantiene el cuerpo y el alma unidos. Cuando el acto de comer se lleva a cabo de forma adecuada y equilibrada (es decir, sin comer en exceso), esto permite una verdadera existencia y perspectiva en la vida
Basándonos en estas ideas, podemos adquirir una visión más profunda del milagro de Janucá y de nuestra celebración de la fiesta.
La Janukiá servía para iluminar el mundo con la luz y el favor Divino generados por todos los objetos sagrados y las devociones realizadas en el Santo Templo. La Janukiá era encendida diariamente por el Sumo Sacerdote utilizando aceite de “oliva” puro. El aceite de oliva se utilizaba específicamente para demostrar que el objetivo del Santo Templo es revelar el favor Divino de Hashem en este mundo mundano de ocultación. Pero esta misma revelación también puede lograrse a nivel personal minimizando la ingesta de alimentos hasta el valor de una “aceituna”, y luego alabando a Hashem utilizando esta misma energía.
Y fue específicamente el Sumo Sacerdote quien encendió el aceite de oliva en la Janukiá, ya que el verso “Hashem te mostrará Su favor” (que se menciona en el pasaje talmúdico citado anteriormente, relativo a bendecir a Hashem incluso después de consumir el “valor de una aceituna”) forma parte de la Bendición Sacerdotal (Bamidbar 6:26).
Sin embargo, los griegos trataron de socavar la capacidad del pueblo judío para revelar e incluso “controlar” el favor Divino de Hashem. Al aprobar decretos para impedir que los judíos observaran el Shabat, santificaran la Luna Nueva y realizaran la Mitzvá de la circuncisión -tres prácticas que reflejan el orgullo y la gloria de Hashem en Su santa nación- los griegos esperaban sumir a los judíos en un “pánico” espiritual. Una vez logrado esto, esperaban “estresar” a la nación judía, lo que eventualmente afectaría la calidad y cantidad de su alimentación, manchando así el “valor de la aceituna” de su sustento.
Su plan se insinúa en la obra hebrea para Grecia – Yavan – que es etimológicamente similar a Yeven Metzulá (arenas movedizas). Al hacer que los judíos se hundieran en unas “arenas movedizas” espirituales, harían que perdieran el control y, por tanto, comieran lo que fuera y como fuera, lo que provocaría la ocultación del favor Divino de Hashem.
Pero los macabeos se defendieron. El Sumo Sacerdote Yojanan, junto con sus cinco hijos – todos Cohanim/sacerdotes – sintieron que era su responsabilidad restaurar la capacidad de la nación para activar el favor Divino de Hashem, ya que ellos fueron los que bendijeron a la nación con la Bendición Sacerdotal.
Esto condujo a la victoria “sobrenatural” del pequeño ejército macabeo/de cohanim sobre el enorme imperio griego. Estos no eran soldados comunes entrenados y armados. Yojanan y sus hijos eran tzadikim del más alto calibre, totalmente inmersos en santidad.
Después de que los Cohanim lograron el triunfo y recuperaron el control total del Sagrado Templo, una de las primeras cosas que hicieron fue buscar un recipiente de “aceite de oliva” puro para reavivar la Menorá. ¡Y sí, el siguiente milagro fue que encontraron un recipiente de aceite de oliva puro e impoluto sellado con la insignia del Sumo Sacerdote! Dado que este era todo el propósito del Templo – iluminar el mundo con el favor Divino a través del “valor de la aceituna” de Rabí Meir – este hallazgo fue considerado un gran milagro.
El siguiente milagro fue que sólo había suficiente aceite de oliva para encender la Menorá durante un día, y, sin embargo, el aceite ardió durante un total de ocho días. El número 8 corresponde a la octava Sefirá (energía espiritual de lo Alto) llamada Hod (Gloria). Porque cuando el favor Divino se revela a través de milagros “sobrenaturales”, conduce a la revelación tanto de la gloria de Hashem como de la gloria de la nación judía.
Ahora podemos entender por qué la ley judía establece que es mejor usar “aceite de oliva” para encender las velas de Janucá – es decir, para revelar el “valor de la aceituna” de Rabí Meir.
También por esta razón, lo único que se nos permite hacer con las luces de Janucá es “mirarlas” (en lugar de utilizar su luz para leer un libro o iluminar alguna otra actividad). Este mirar es básicamente “ver” la gloria revelada y el esplendor de Hashem y del pueblo judío, que se vuelve a revelar a través de la fiesta de Janucá cada año.
Ahora entendemos por qué los días de Janucá se llaman “días de alabanza y acción de gracias”. Porque al activarse la conciencia del “valor de la aceituna”, la gente se vuelve más consciente de la calidad y cantidad de su alimentación, y como resultado alaba y agradece adecuadamente a Hashem por el sustento que nos da.
Por esta razón, también, la ley judía establece que si se recitan palabras de alabanza y agradecimiento a Hashem en cualquier comida celebrada durante la fiesta de Janucá, esa comida pasa a ser una comida de mitzvá. Vale decir, la comida que se come está en la categoría de la “aceituna” de comida de Rabí Meir (aunque en realidad se coman más de 30 gramos de comida durante esta comida).
Que este año tengamos realmente el mérito de conectarnos con la poderosa luz y la conciencia generada por las velas de Janucá, y que nos inspire a mejorar la calidad sagrada de nuestra alimentación, ya que este es el principal medio para revelar el amor especial de Hashem a la nación judía. Amén.