Cerca de la ciudad de Medvedevka, en Ucrania, había una aldea llamada Husyatin, rodeada de los verdes campos y los rebaños de pastoreo que caracterizaban la región. Cerca de allí fluía el río Zbruch, delimitado por bosques y granjas. En ese pequeño pueblo, el recién casado Rabi Najman (que entonces apenas había entrado en la adolescencia, y hacía poco tiempo que era considerado un Rebe) vivía con su igualmente joven esposa en casa de sus suegros, estudiando Torá mientras la familia de su esposa mantenía a la nueva pareja.
Durante esa época, el joven Najman siguió practicando el secreto en sus devociones personales, prefiriendo que sus suegros y los demás miembros de la comunidad pensaran que era un joven como los demás, y tal vez incluso más frívolo. Él solía dar paseos solitarios por la orilla del río, entre juncos, y pasaba horas en comunión privada con Dios. A menudo, Najman llevaba una pequeña barca al agua y la dejaba a la deriva entre la vegetación de la orilla, para poder ocultarse bajo el dosel de ramas y hojas mientras derramaba su corazón ante su Creador.
El joven Najman siguió practicando el secreto en sus devociones personales, prefiriendo que sus suegros y los demás miembros de la comunidad pensaran que era un joven como los demás, y tal vez incluso más frívolo.
A veces, cuando el viento y la corriente eran fuertes, la pequeña embarcación de Najman corría peligro de zozobrar: un río corriente puede ser tan peligroso como el mar abierto cuando las circunstancias se vuelven en contra del navegante. En años posteriores, Rabi Najman utilizaría esas imágenes para ayudar a sus alumnos a comprender lo que significa rezar con todo el corazón:
“Cuando te presentas ante Dios para rezar por tus necesidades, para ser salvado de tu naturaleza inferior que siempre está al acecho, deberías sentirte como si fueras un hombre solo en un pequeño bote a la deriva en altamar, con el abismo justo debajo de ti, listo para tragarte… Cuando tu plegaria emerge de esa sensación de peligro inminente, el grito es completamente diferente: estalla del corazón con fervor y sinceridad…”.
“Y la verdad es que esa es la naturaleza de nuestra situación como seres humanos aquí en este mundo, siempre flotando entre el cielo y la tierra, como una embarcación zarandeada arriba y abajo sobre un mar tempestuoso. Estamos suspendidos sobre el abismo, y el viento es fuerte… el peligro es grande… ¡y nuestra única esperanza es gritar, y gritar a Dios pidiendo ayuda!”