Reb Naftali era el baal tefilá (persona que lidera el rezo) en la época del Rebe Najman. Una vez, Reb Naftali estaba en otra ciudad hubo que conseguir un reemplazo. Todos temblaban al pensar que, si eran elegidos, iban a tener que liderar el rezo en presencia del Rebe. La reverencia que sentían por el Rebe era tan grande que sentían que no les salía voz de la garganta.
El Rebe Najman eligió a una persona que se sabía que no tenía linda voz y que no sabía entonar una melodía. Pero esas fueron las órdenes: “Sube al amud y dirige el rezo”.
Todos temblaban al pensar que, si eran elegidos, iban a tener que liderar el rezo en presencia del Rebe. La reverencia que sentían por el Rebe era tan grande que sentían que no les salía voz de la garganta.
El hombre subió al amud y empezó a rezar con mucho sentimiento, en voz alta. Rezó con el corazón contrito y la voz quebrada de dolor. Todo el servicio, los demás congregantes apenas si lograron entender lo que estaba diciendo. Lo único que oyeron fue una voz de alguien llorando. La gente sentía lo que se suele denominar “vergüenza ajena”, pensando que tal vez al Rebe no le iba a gustar su forma de rezar.
Una vez que concluyó el rezo, el Rebe Najman fue a hablar con este hombre y le dijo así: “Yeshar koaj, tu rezo fue un deleite”. Esto significa que el rezo penetró los cielos. Eso es lo que se llama un “baal tefilá”. No se trata de lo dulce que pueda ser la melodía, ni de lo musical que sea uno, sino del sentimiento que uno le pone a su rezo.
Por eso, cuando se llama a alguien al amud, debe poner en ello todo su sentimiento y toda su fuerza. No debe pararse a rezar con voz melodiosa y suave. El jazán debe dar de su voz y debe dar todo de sí mismo.