Por fin era viernes a la tarde, casi la hora del Shabat y de un descanso largamente esperado. Jerry acababa de regresar de un largo viaje de negocios al extranjero y no había ocupado su asiento familiar en la sinagoga durante varias semanas. Cuando los hombres entraron para el servicio de Minjá, el rabino saludó a Jerry con un cordial “Shalom Aleijem”.
Jerry trató de rezar con la debida concentración, pero su mente no estaba tranquila: todavía tenía mucho que hacer para ponerse al día. Pensó en todos los lugares en los que había estado y toda la gente que había conocido. Antes de darse cuenta, ya estaba dando tres pasos hacia atrás mientras terminaba la oración de la Amidá. Una vez más, Jerry oyó que el rabino le deseaba “Shalom Aleijem”.
“¿Eh?” pensó Jerry, mirando fijamente al rabino. El rabino le susurró: “Es cierto que te di la bienvenida de tu primer viaje al extranjero, pero quería darte también la bienvenida de este último viaje”.
Jerry trató de rezar con la debida concentración, pero su mente no estaba tranquila
A menudo vivimos la vida sintiendo subconscientemente: “Yo soy el máximo exponente de un hipócrita religioso”. Pensamos: “Puede que haya rezado con cierta concentración esta mañana, pero a la tarde ya tenía la mente divagando y alejada de las palabras del sidur”. O bien, “Puede que ayer haya visto los puntos buenos de mi amigo, cónyuge o socio, pero hoy solamente veo todo lo que hicieron mal. Otra vez me estoy comportando como una persona negativa”.
Rápidamente nos convencemos de que no hemos hecho ningún progreso, y que cualquier medida de bien que creíamos haber logrado es inexistente o ya no existe. La pregunta es – ¿eso es verdad? ¿Estoy borrando la buena acción que he hecho al hacer después algo que implica lo contrario? Si mi comportamiento futuro no está a la altura de mis acciones anteriores, ¿acaso eso significa que no fui sincero y que sólo me he estado engañando a mí mismo hasta ahora?
Afortunadamente, Dios ya nos ha respondido a esta pregunta. Las fuentes judías enseñan que toda la Creación y la historia de la civilización fue sólo un preludio del acontecimiento más importante de la historia. Este evento fue tan grande que en realidad fue la razón de ser de todo lo que vino antes. Me refiero a la entrega de la Torá en el Monte Sinaí.
Se podría suponer que el Pueblo Judío tenía que ser espiritualmente digno para recibir este último regalo. Ciertamente tenían que ser completamente sinceros y dedicados a cumplir lo que estaba escrito en la Torá. Y, sin embargo, Dios dice sobre el Pueblo Judío en el Sinaí: “Has capturado mi corazón con uno de tus ojos” (Cantar de los Cantares 4:9). ¿Por qué sólo uno? Porque el otro ojo ya estaba mirando al Becerro de Oro, ¡esperando el momento de adorarlo! (Shir HaShirim Rabbah 1:55).
No hay mayor hipocresía que esa. En el momento de la entrega de la Torá, había elementos de nuestra nación que ya tenían el ojo puesto en profanar todo lo que estaba escrito. Como enseñan nuestros Sabios, “La adoración de ídolos equivale a transgredir toda la Torá” (Shevuot 29a). Y, sin embargo, Dios fue atraído hacia nosotros por nuestro único ojo bueno.
El bien es verdadero y eterno. Nada de lo que yo haga podrá negar el valor y la pureza absoluta de una buena acción, un pensamiento o un deseo. Cada poquito de bien que hago, Dios siempre lo va a valorar y conservar para mi recompensa eterna. Ahora no es el momento de perder la esperanza, sino de fortalecerme y empezar de nuevo, porque todo lo bueno que haga a partir de ahora permanecerá siempre conmigo.
Basado en la Sabiduría #123 de Rabi Najman