La Menorá entera debía ser tallada de un solo pedazo de oro.
Rebe Najman contó la historia de un rey que construyó un palacio y les pidió a dos hombres que lo decoraran. El rey dividió el palacio en dos y le asignó una parte a cada uno. Y además les fijó un plazo de tiempo para que completaran su trabajo. El primer hombre con mucho esfuerzo aprendió el arte de la pintura y logró pintar su parte del palacio con murales espléndidos. El segundo hombre, por su parte, no hizo caso a la orden del rey y cuando se fue aproximando la fecha del plazo, se dio cuenta de que le quedaba ya poco tiempo. Entonces cubrió su parte del palacio con un revestimiento negro llamado “pakist”, una especie de pasta brillante, que actuaba de espejo, reflejando lo que tenía enfrente.
El primer hombre con mucho esfuerzo aprendió el arte de la pintura y logró pintar su parte del palacio con murales espléndidos. El segundo hombre, por su parte, no hizo caso a la orden del rey
Entonces vino el rey y admiró enormemente la obra del primer hombre, con sus bellísimos murales y pinturas hechos con gran extraordinaria destreza. La segunda parte del palacio, mientras tanto, estaba cubierta con una cortina. Y cuando el rey terminó de ver la primera parte, el segundo hombre se puso de pie y corrió la cortina. El sol estaba saliendo y todas las increíbles pinturas aparecieron en su sección gracias al pakist, que reflejaba todo igual que un espejo. Ello le resultó de mucho agrado al rey. (La historia completa aparece en Tzadik #224).
Ahora bien, si bien el segundo hombre parece haber tenido una brillante idea, ¿no es verdad que en realidad estaba mintiendo? ¿Cómo es que el rey apreció su obra?
En la Torá encontramos una idea parecida. A Moisés se le ordena que construya una Menorá con un solo pedazo de oro. La Menorá entera debía ser tallada de un solo pedazo de oro. Moisés no contaba con la destreza necesaria para llevar a cabo una obra semejante. Entonces lo que hizo fue tomar un pedazo grande de oro y arrojarlo al fuego, y el fuego formó la Menorá por sí mismo (Bamidbar Rabá 15:4). Sin embargo, si esta es la historia de la construcción de la Menorá, ¿por qué la Torá dice: “De acuerdo con la forma que Dios le mostró a Moisés, él construyó la Menorá” (Números 8:4). Uno pensaría que el fuego tuvo más que ver con la construcción de la Menorá que Moisés!
“Pues la vela es una mitzvá y la Torá es luz” (Proverbios 6:23). La luz de la Menorá simboliza la Torá y el crecimiento espiritual. Y si bien tenemos la opción de tomar decisiones espiritualmente positivas para poder crecer y mejorar, es muy difícil hacerlo, porque el yetzer hará – o sea, la mala inclinación ─ posee un poder tremendo. Así explican nuestros Sabios: “Si Dios no interviniera personalmente para ayudar, sucumbiríamos” (Kidushín 30b).
La paradoja de ordenarle a Moisés que construya la Menorá a partir de un solo pedazo de oro es el desafío de nuestras vidas. En realidad, no tenemos la fuerza que nos motive a superar la mala inclinación. Pero, al mismo tiempo, así como Moisés hizo lo que pudo al arrojar el oro al fuego y rezarle a Dios que lo ayudara, nosotros también tenemos que hacer el esfuerzo que podamos y pedirle ayuda a Dios.
Nuestra generación es la última antes del arribo del Mashíaj. La última de las siete sefirot es Maljut (reinado) y es de color negro. Así como ocurre en la historia del Rebe Najman, tenemos poco poder y sentimos pereza. Pero contamos con un recurso: podemos crear un espejo negro y reflejar la fuerza que nos precedió. Al rezarle a Dios y emular el sendero correcto haciendo el esfuerzo que podamos, estaremos reflejando la visión de todos los verdaderos tzadikim que nos precedieron. Y el verdadero Rey sentirá mucha felicidad. Amén!
Basado en Likutey Halajot Kriat Shema 5