Camino a casa

Dios cuenta con el GPS más avanzado y sabe exactamente dónde hay que hacer una parada

Zablon Simintov es el último judío de Afganistan. Y también es un ejemplo de tantos de nuestros hermanos que están dispersos en la diáspora. Desde Argentina hasta Alaska, desde Sydney hasta Siberia, casi no hay país en el que no haya presencia judía. No obstante, vivir en el confín de la Tierra no puede compararse con vivir en la Tierra Santa. ¿Qué propósito tiene el exilio? Ciertamente Dios ve que es muchísimo más difícil retornar a Él estando tan lejos de nuestra tierra, que es el sitio de nuestra vitalidad espiritual.

Nuestros grandes Rabinos revelan la repuesta a este misterio: “Los judíos fueron exiliados entre los idólatras solamente para reunir a los conversos de entre ellos” (Pesajim 87b). Además de los conversos propiamente dichos, nuestros Sabios apuntan al concepto de chispas de santidad caídas. El Arizal enseña que a lo largo y lo ancho del mundo se han ocultado muchas chispas de santidad (y cuanto más grande la chispa, más difícil es de encontrar). Al recolectar todas estas chispas, el pueblo judío será redimido en su totalidad (Pri Etz Jaim, Shaar Kriat Shemá 3). Todo esto forma parte del plan maestro de Dios.

Si caemos a un lugar muy bajo, desde ese mismo lugar nos van a enviar pistas y oportunidades para que retornemos a Dios.

Cuando vivíamos como una nación en la Tierra Santa, gozábamos de una relación especialmente cercana y afectuosa con Dios. Dicha relación era tan pero tan especial que poco a poco empezamos a perder la valoración por ella y, lento pero seguro, fuimos dejando de hacer nuestra parte. Dios, en Su increíble benevolencia, vio lo que estaba pasando y lo usó para nuestro beneficio. Nos envió a lugares muy distantes, a tierras desprovistas del carácter espiritual de la Tierra Santa, a lugares llenos de viles tentaciones. Y precisamente en aquellos lugares, nuestra simple lealtad y nuestro cumplimiento de las mitzvot es tan valioso para Dios. Preciasmente en aquellos “escondites” tan sucios podemos encontrar las chispas caídas de santidad y devolverlas como un regalo especial a nuestro amado Padre. Esto se aplica no solamente al pueblo judío como un todo sino también a cada uno de nosotros en forma individual.

Ahora bien: si, cuando estábamos a un nivel espiritual tan alto, sucumbimos a las bajas tentaciones, Dios no lo permita, ¿cómo podemos ahora arrepentirnos, al sentirnos a un nivel tan bajo y tan lejos de Dios? Pues bien: debemos recordar que todo el propósito de Dios es que nos acerquemos a Él. La razón de ser de la Creación fue que recibiéramos nuestro tikún (rectificación espiritual), para que pudiéramos disfrutar de una genuina relación con el Creador. Dios no va a parar hasta que se logre esto.

Si caemos a un lugar muy bajo, desde ese mismo lugar nos van a enviar pistas y oportunidades para que retornemos a Dios. Y no sólo eso, sino que al hacer mitzvot “pequeñas” y aparentemente fáciles en ese lugar, podemos darle a Dios una gratificación incluso más grande que si estuviéramos a un nivel superior. ¿Por qué? Porque, únicamente al ensuciarnos, podemos encontrar y revelar esas preciadas chispas ocultas. Incluso los grandes tzadikim, en el nivel espiritual tan elevado en el que se encuentran, no tienen el mérito de lograr algo tan formidable.

Al relatar el viaje por el desierto de los judíos rumbo a la Tierra de Israel, la Torá afirma: “Dios les hizo dar un rodeo” (Éxodo 13:18). Este es también nuestro viaje. Cada uno de nosotros quiere dejar su “desierto espiritual” y llegar a la Tierra Prometida, pero a veces (muchas veces), Dios nos hace dar un rodeo. Sin embargo, no debemos sentir que estamos perdidos, porque Dios cuenta con el GPS más avanzado y sabe exactamente dónde hay que hacer una parada. De hecho, este es nuestro más grande desafío en estas últimas generaciones. Ya casi hemos llegado y solamente hace falta que recojamos los últimos “objetos” del camino. ¡Ya casi llegamos a casa!