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Ver la luz

Autor: Yossi Katz
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Cada año, en Jánuca, desciende sobre nosotros una luz de santidad tremendamente poderosa.

Tal vez, la historia más dramática de toda la Torá sea la de los celos fraternales y la posterior traición a Yosef. El relato se inicia cuando Jacob demuestra favoritismo con Yosef. Los hermanos se dan cuenta y empiezan a sentir odio por él. Luego Yosef les cuenta a sus hermanos los sueños que tuvo, relatándoles que en su sueño todos ellos se inclinaron ante él. Los hermanos interpretan esto como una amenaza de que él ha de gobernar sobre ellos y entonces conspiran arrojar a Yosef a un pozo lleno de serpientes y escorpiones. Luego venden a Yosef como esclavo y él termina en Egipto, donde más tarde llega a ser el virrey y finalmente, sí gobierna sobre sus hermanos.

Muchos interrogantes surgen en torno a esta historia. ¿Por qué Jacob, el padre de doce hijos, demuestra favoritismo? ¿Y por qué fue Yosef, de todas las tribus tan dignas, el que finalmente se transformó en soberano?

Yosef representa al tzadik verdadero, aquel que está a un nivel tan alto que puede elevar a todas las otras almas

Yosef representa al tzadik verdadero, aquel que está a un nivel tan alto que puede elevar a todas las otras almas

La respuesta a estas preguntas y las causas de todo este episodio bíblico están ocultas en los primeros dos versículos de la parashá de esta semana. En el versículo 1 dice: “Jacob residió en la tierra en la que habían habitado sus padres”. El Midrash explica que la palabra megurei (habitado) se relaciona con la palabra guer (converso). Al igual que su padre Isaac, y su abuelo Abraham, Jacob se dedicó a reunir hacer conversiones y a elevar las almas oprimidas (Bereshit Rabá 84:4).

El versículo 2 comienza diciendo: “Estos son los descendientes de Jacob: Yosef”. ¿Acaso Yosef fue su único descendiente? ¿Y qué sucedió con el resto de las tribus? Lo que la Torá nos está enseñando que, más que nadie, fue Yosef el que emuló a su padre y continuó por el mismo camino de elevación de almas para acercarlas a Dios.

“Él tenía diecisiete años y pastaba el rebaño de sus hermanos”. Diecisiete es la guematria (valor numérico) de la palabra tov (bueno). Yosef era absolutamente bueno y además veía lo bueno en los demás. Él lograba animar a todos los que lo rodeaban, incluso a los que estaban en el nivel más bajo, porque él veía que ellos también poseían valor y bondad.

“Y él jugaba con los hijos de Bilha y Zilpa”. Bilha y Zilpa eran las mujeres secundarias de Jacob, y sus hijos representan al judío de menor nivel. Yosef se rebajó al nivel de ellos para poder elevar aquellas almas también. Yosef representa al tzadik verdadero, aquel que está a un nivel tan alto que puede elevar a todas las otras almas. De hecho, muchas veces nos referimos a Yosef como “Yosef HaTzadik” (Yosef el Tzadik, el Santo).

Cada año, en Jánuca, desciende sobre nosotros una luz de santidad tremendamente poderosa. Con respecto a esta luz, el Talmud registra un enfrentamiento entre la Escuela de Shamai y la Escuela de Hilel. La Escuela de Shamai mantenía que esta luz es tan poderosa y tan pura que solamente los judíos de la élite pueden utilizarla de la forma debida y que los menos capaces de apreciar dicha luz deben mantenerse a una distancia. Este es el motivo por el cual la Escuela de Shamai dictaminó que debemos encender ocho velas la primera noche de Jánuca e ir restando una vela cada noche consecutiva, hasta que solamente quede una sola vela encendida la octava noche. Si bien la Escuela de Shamai está de acuerdo en que el milagro y la grandeza de las luces aumenta con cada noche que pasa, esa es la manera en la que ocultan la luz de aquellos que son indignos.

La Escuela de Hilel opinaba exactamente lo contrario. Si bien hay ciertos judíos que tal vez no sean dignos, debemos bajar a su nivel y ayudarlos a construir una vasija para que ellos también puedan ser elevados por medio de la gran luz. Por lo tanto, la Escuela de Hilel dictaminó que debemos encender una vela la primera noche de Jánuca e ir aumentando la cantidad de velas con cada noche que pasa, hasta que, la octava noche, todas las velas están encendidas y brillando con toda su fuerza. En la práctica, nos regimos por el dictamen de la Escuela de Hilel.

El enfrentamiento por la forma de encender las velas de Jánuca es el mismo que Yosef tuvo con sus hermanos, y el mismo que existe entre los distintos tzadikim de cada generación. Si bien todos ellos son grandes tzadikim, han sido influenciados por el atributo de juicio estricto y piensan que no todos los judíos son dignos. Pero Yosef, el verdadero tzadik, actúa de manera diferente. Incluso su propio nombre, Yosef, significa “agregar más” – o sea, agregar otra vela más con cada noche que pasa e ir agregando más y más luz y santidad a cada judío.

Esta Jánuca, que todos tengamos el mérito de apegarnos al “liderazgo” de Yosef y el “liderazgo” de los verdaderos tzadikim. Amén.

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